Después de equivocarte, me llamaste. Tuve quince minutos de enojo. Tiempo prudencial para que viaje mi mente, para repasar tus errores de cálculo, las subestimaciones, algunas suposiciones. Y después, llamaste. Traté de disimular la bronca, pero sentiste mi sequedad. Tardé 8 minutos en llegar adonde estabas y así se evaporó el enojo. Una caminata, algunos sanguchitos, el regreso a tu casa y la posibilidad de que me ilumines.
Quince minutos de enojo en seis meses.