martes, 17 de febrero de 2015

Carta para mi hermana

Te escribo a vos, mi hermana, como a todas mis otras hermanas: las valientes, las que se han ido al otro lado del mundo en aviones, meditaciones, terapias o lágrimas. Te escribo para contarte que me he encontrado con un camino, un tropiezo, unas piedritas, el salto, la raíz y mi canto. Te escribo para contarte que el horizonte sigue estando más allá. Permanece el horizonte siempre abajo del sol, con su fuerza enorme diciéndome que vaya... siempre lejos, siempre ilusión, sólo metáfora.
Te cuento que fui luna nueva; oscura, tapada. Fui cualquier emoción que llegaba. Fui la más malandra, extrema gruñona, soberanamente apagada.
Me he sentido fuera del camino, me he resfriado de la vida sin poder saborear su sentido. He querido salir del cuerpo, gritar hasta perder la voz, sacarme el pecho. Yendo más hondo en mis propios agujeros, en mi espalda hubo calor. No entendí su origen hasta que floreció en la imagen de una mano, en un aroma o en una canción. Entonces supe que ese hoyo era el camino. Tuve que abrazarlo, darle un lugar, brindarle mi aliento, algo de nana.
Yo también me he sentido diferente. A veces, ese diferente fue ser única como perla idolatrada, como si pisara el horizonte y tuviera bajo mis pies su raya. Esas veces, como estrellas fugaces, me abrieron esa diferencia adentro como si volara... pero al volver a la tierra, me vi como otro fruto de su centro y el camino me recibió con su realidad corporizada. Mi diferencia no era superior a otras diferencias. Tampoco pudo ser menor. Fue entonces cuando observé a maestros y maestras. Caminaba sola, y a la vez, acompañada. Jugué con los espejos: los rompí con suerte, limé sus puntas, los enmarqué, los solté, los guardé, los doblé, generando ópticas insospechadas. Podría decir que me mintieron sólo cuando quise que fueran ellos quienes me soplaran la verdad. Había detenido mi caminar, y supe que la detención era el camino, vacío de todo y lleno de nada.
Entonces agarré una birome. Le pedí que el silencio absorbiera todas las palabras. Dejé que el gas de mi mente se le atornillara, hasta que en las formas de las letras se plasmara entre tinta y papel aquello que estando adentro me pesaba. No fue esto que te escribo lo que solté entonces. No fue un poema, ni un diario, ni un epitafio, ni un telegrama. Sólo residuos se desataron del alma, y con ellos sembré la tierra del camino, para avanzar con más calma.
Ahora te escribo, mi hermana, para decirte que el abismo no se salta, para contarte que las piedras nos enseñan y sólo el canto nos sana. Te escribo para avisarte que el caminar está poblado de señales, y que no te puedo hacer un mapa. Te escribo como me escribo, te amo como me amo, porque no conozco aún el horizonte y para invitarte a que nos honremos, las dos, con una danza.




1 comentario:

Anónimo dijo...

Una belleza!
Un beso