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Joaquín V. González me vio dar los primeros pasos sola en la vereda, sintió mi bici sin rueditas y también mi corrida cuando el peligro acechaba.
Unos años más tarde, me mudé a una casa que lindaba (valga la redundancia del verbo lindar) con J.V. González desde Nazarre, la calle de los árboles secos y baldosas anchas. Eran mis tiempos de Devoto, aunque siempre respondiera que Villa del Parque.
La Serena se asentó sobre la bella Melincué, de las flores amarillas. El escritor y político no me abandonó sino que siguió estando a mi lado, ahora sí, más villaparquense que nunca.
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