Escribir no rompe ladrillos
que ladran como las piedras
o se enojan como cuchillos
ni afilan los muros de hielo
pesados del hospital.
Escribir no es un abrazo
amasando una lágrima negra
que canta y pide cigarrillos
o se esconde y arma fueguito
para un chori en el hospital.
Escribo en mi cama desierta,
no hay fiesta ni loca vendimia
o sol que alumbre los techos
con la risa que oigo si vuelo
por arriba del hospital.
¿Será que los puntos y comas
saben que unos dedos perdidos
son pausas al espacio vacío
entre el poema y el hospital?
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