sábado, 9 de mayo de 2009

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Las palabras que pronunciaba me dejaban un espíritu especial, unas ganas tremendas de ponerme a escribir durante horas sin parar. Pero eso siempre me llevaba a encontrarme con una sensación que no me gustaba en absoluto: la frustración. Yo era incapaz de jugar con las palabras como lo hacía ella.
Sus cuentos tenían siempre un ambiente calmo, tranquilo; sin embargo, mientras te dejabas llevar por su relato a ritmo constante, sentías que ahí pasaba algo. Había un misterio en el aire, justo entre las palabras, aunque no estuviera dicho explícitamente.
Ella no tenía mucha fe en sus cuentos. Les encontraba defectos, o alguna cuestión a trabajar algún día. Yo me preguntaba cuál era la receta, cómo lograba escribir así. A veces me parecía que era su forma de usar los puntos, formando oraciones cortas o muy cortas, usualmente un poco contradictorias entre sí, o con enumeraciones de cosas disímiles. Otras veces, creí encontrar la respuesta en la manera en que decía cosas tan críticas con un estilo aparentemente tan neutral.
Hace mucho que no la escucho leer alguno de sus cuentos, y me doy cuenta recién ahora que una parte importante de todo eso que quedaba dando vueltas en el aire era su voz; su voz calma, inquietante, neutral.

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